domingo, 29 de junio de 2008

SABADO


Hacer las compras; Leche, zumo, café, pan, los caprichos de siempre; un cuaderno, hojas, rotulador flúo (para remarcar el futuro).
Sábado, sin problemas en el horizonte, y la mejor idea, tomar algo en el bar, un café con leche que se enfría en espuma, que espera el azúcar, lo mezclo, la espuma se pierde, de blanco sucio pasa a color café con leche, obvio.
¿Cómo disfrazar la rutina para que no pese tanto?
Darle un nombre a los automatismos de la vida para no sentir la culpa de estos pequeños momentos de felicidad.
Y en los intervalos entre esos pequeños momentos la cabeza va de viaje, y llega, de improviso, a los territorios vacíos, oscuros, a los sinsentidos. Es entonces cuando la muerte se presenta amiga de todas las cosas: De las cosas vivas porque morirán, y las otras, porque son muertas, sin vida, inertes, permanecerán eternas. Rodeados de una animada muerte permanente, nos consume, consumimos.
Me tomo poco a poco el café con leche, medio frío, triste, marrón, se termina, acaba la función, vuelve a morir en mis entrañas para darme una pequeña calma de energía vital. La taza vacía, fría, está más fea.
Miro el cuaderno de nuevo, las palabras desordenadas buscarán una coherencia interna, una danza de ideas, una estúpida danza, sigue en blanco.
Sábado, ya sin café, sin rutina, sin ideas, la muerte me da vueltas, me organiza el pensamiento.
Primero; la muerte es siempre una dimensión ajena, es la muerte de los demás la que se me representa, muertes grandes, pequeñas, gloriosas, mediocres, como la vida msma. Ja, la única certeza, la sombra del pensamiento humano. En el orden del mundo y de las cosas, la muerte está organizada de manera tal, que su presencia tiene una institución propia, nos es ajena.
¿Quién decide?
Juguemos, a ver palabras, ¿qué es el suicidio? ¿un acto de valentía? ¿Uno de cobardía? ¿Una respuesta? Personalmente pocas veces he pensado en suicidarme, claro, ¿para qué? Preferiblemente mejor un café con leche, hacer las compras...
Bomm
¿Qué es lo que puede llevar a uno a tomar una decisión u otra, dónde está el límite? Nos han enseñado a amar la vida, a ser amigos, las flores, el amor, la primavera, el alma, bla bla
Tesoro de todos, respeto gritan los moderadores de la salud, del trabajo, de las buenas costumbres. El estado nos necesita fuertes, sanos, vivos, alienados, consumidos en su engranaje que nos mata poco a poco, pero sanamente.
-Por favor, tómate el café con leche, si no te vas a morir- dice el gran padre, (me voy a morir igual, no?) Me lo trago todo, tus leyes, tus dictámenes, tu educación, mi carrera hacia la nada, llenando vacíos imposibles desde mi finitud.
No, no me obligues, gran padre, me gusta el café con leche FRÍO, me gusta la cama, me gusta el amor, me gusta morir. Pero no me mates tan burocráticamente.
Me muero de hambre, me muero de ganas de llorar, de follar, de cagar. Me muero por un chocolate, por un beso, por tus ojos. Para mi desgracia me voy a morir con tantas ganas, tantos lugares que no voy a ver, tantos libros que no podré leer, tantas drogas que no probaré, me voy a morir tan insatisfecha. Cada minuto me muero, y no decido, ya olvidé el olor del amor, el sabor de las lágrimas, el tacto de tus manos en mi cabeza, eso ha muerto. Y yo morí con eso, me muero a cada minuto, cada vez más viva. Suicidio al fin, STOP. Ya fue.
Planifiquemos el suicidio perfecto, -señor otro café con leche, por favor- pido suplicante casi. Me lo trae, me mira como si estuviera frente a una masa de huesos y carne que ha volado a otro lugar, como si estuviera frente a una visión aterradora.
Mi vida y mi muerte me buscan en todo el bar, me encuentran, se sientan en la mesa, me quieren ayudar a planificar, como si las hubiese convocado a la cita. Se parecen bastante a mí, la vida es más linda, más pura, casi perfecta; la muerte tiene como una presencia más importante, es bella, misteriosa y cara de jodida mala leche, pero agradable.
El parecido me aterra, como dos espejos que me miran esperando alguna respuesta, ya está, la cita perfecta, planifiquemos.
Comienzo a hablar sin saludar, sobran las presentaciones, está sabido quién es quién:
-A ver, si la decisión fuera geográfica, -me encanta viajar- EN Roma sería perfecto, por ejemplo tirándome de la cúpula del Vaticano, salvando los problemas de vértigo y a los guardias de seguridad, puede que salga bien. Si fuera en Barcelona, me tiraría de la torre derecha de la Sagrada Familia, sinó de la izquierda-
-Para- interrumpe mi vida- ¿Quién te crees?-
-No sé, pero si el suicidio es un acto social, ya que yo soy un ser social ( ) ¿por qué no hacerlo en un monumento, adornándolo con este acontecimiento?, sólo se hace una vez en la vida.
La muerte se nos ríe en la cara, ella prefiere algo más íntimo, igual ya es una “estrella” –No quiero competencia- y con un gesto despectivo, se bebe un poco de café, y ríe.
Se me van las ganas organizadoras.
-Joder, uno puede morirse tranquilo- digo medio desesperada- Igual para qué organizar tanto, ya pasará-
-Sería oportuno mandar cartas de despedida- opina la vida
-¿Cartas? ¿A quién, a mis amores? ¿A mi infancia? ¿A mis fracasos? ¿A ti? ¿A ella?- lo digo y me recorre un sentimiento de tedio. No puedo verlas nítidamente.
Posdata: me aburre morir.
La muerte se pone seria, siente que pierde terreno. Claro, uno puede aburrirse de la vida, pero de la muerte... –No- grita ofendida- la muerte nunca es aburrida-
-La muerte algo divertido, el suicidio ¿A ver, cómo lo explicas?- diciendo esto ahora es la vida la que ríe.
Me duele la cabeza, el cuerpo, el café con leche, la luz, todo.
-Se ríe contigo muerte, no jodas- intento mediar un poco.
La muerte no quiere ni mirarme, esta vez se ha ofendido de verdad.
Ahora es sábado, me aburro y tengo un problema.
Dejo a mi vida y a mi muerte que se arranquen lo que puedan, yo me voy. Se acabó el café con leche, y tengo una rutina que disfrazar, un cuaderno por estrenar y un libro por leer.
Cuando encuentre el motivo viviré o moriré, da igual, que no me quiten un minuto más. Ya perdí mucho tiempo en mezclar cosas absurdas, si me muero bien, si no, también.
Pero eso sí, que no me roben mi decisión, mi pobre conciencia de felicidad, que no me enfríen el café con leche, que no me fastidien la vida, que no me roben mi muerte.
Es sábado, y acá se acabó el problema.El horizonte está nublado.

Texto: Mona (extraído de la revista Suicidio Autónomo)

Imagen: Joel P. Witkin.

S.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me parece un texto hermoso, y duro. "que no me roben la decisión".

Hace poco una persona me dijo "¿Qué queda en la vida si no luchar? Ya que estamos aquí vamos a luchar hasta el final". Me quedé algo pensativo ya que muchas veces he pensado que luchar no vale de nada. Y después he pensado... que yo no me voy a ir de aquí sin luchar, sin intentar creer que puedo alcanzar algo de serenidad.

M.