Somos dos mandarinas barcelonesas inquietas, creativas, a veces compungidas, a veces insomnes, que queremos hablar de lo cotidiano, lo humano, alternando humor, ironía, seriedad, alegría, tristeza y crítica. Tómate un zumo con nosotr@s.
Estar descompensado es lo peor que te puede pasar. Casi es mejor estar enfermo, con gripe, romperte una pierna o pensar en regar margaritas en ese balcón que no tienes.
Porque unas personas se compensan a otras. Si yo necesito cuidar y tengo a alguien enfermo será perfecto. Si yo necesito que me cuiden, estoy enfermo y tengo una persona que cuide de mí será perfecto. Si yo necesito gritar y tengo a alguien con quién discutir será perfecto.
Pero ¿Qué pasa si yo necesito amar y tengo a alguien que no es el adecuado?
¿Qué pasa si nunca supe vivir por mí mismo? ¿Qué pasa si me da miedo mostrar la verdad de mí mismo a los demás y cuando lo muestro temo que me juzguen?
Pues que estoy descompensado. Y estar descompensado es cómo vivir con un zapato de tazón y una zapatilla de invierno.
Antes pensaba que las personas podían vivir solas o mejor, que yo podía vivir solo, sin nadie, por mi mismo, para nadie más, en plan ermitaño, combatiendo mis infiernos, mis fantasmas o mis monstruos. Ahora creo que soy lo suficientemente vulnerable cómo para saber que mi vida necesita ser compartida y ojalá encuentre esa balanza que haga que el equilibrio entre el tacón y la zapatilla de invierno se equipare lo más posible.
¿Alguna vez has estado descompensado tú?
M.